
Si hay algo que aprender de Ralph Gibson es la sutilidad. Lo no dicho. Lo no expuesto. En definitiva, lo implícito.
Siluetas que sugieren, encuadres bruscamente cortados que dejan ver sólo la mitad del sujeto. ¿Para qué queremos más? Como dicen los libros, la mente se encarga de completar lo que falta y ese ejercicio nos transforma en observadores activos.
En este caso, las líneas de paredes y puerta, la fuerza de lo monocromático y, sobretodo, esa mano terrorífica (silueteada y enmarcada por una luz posterior) que nos invita a entrar o que sale a buscarnos.
PS: Bienvenida a l@s curios@s de Italia, Suiza y Venezuela.
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