Coincido en leer dos reportajes de Moleres: uno en El País del domingo pasado, otro en Photo de este mes. Ambos explican la historia de este enfermero reconvertido en fotógrafo denunciante de realidades desechables, por ejemplo la de los menores en las cárceles de adultos de Sierra Leone o Sudán.
Él espera que su trabajo sea la ventana por donde veamos estas injusticias y actuemos en consecuencia. Ahora, la ventada está siendo Visa pour l'Image, en Perpignan.
Esta imagen es buena por el contenido, evidentemente, y por el encuadre desigual, que llama la atención más sobre unos personajes que sobre otros. De un soldado sólo se observa el brazo en actitud marcial. Del siguiente, la ausencia de la cabeza denota la cosificación, el anonimato del ejército. El último nos sitúa geográficamente el conflicto. El penúltimo, al no llevar gorra, es un puente entre lo civil y lo militar, y nos puede llevar a identificarnos con él. Y el del centro es, sin lugar a dudas, el horror de la guerra que no distingue edades.
A partir de los años 70, el fotógrafo de Mali se especializó en los retratos de estudio, de los cuales pude ver una gran colección el año pasado en París. Me pareció exótico y caí en la trampa. ¿Dónde está lo exótico? ¿En mi mirada o en los modelos?
Del gran fotoperiodista que fue secuestrado por el ejército gadafista, esta gran lección de encuadre. O de encuadre dentro del encuadre, que en fotografía es casi lo mismo.
Acostumbramos a oír que no hay que rellenar demasiado la imagen, que hay que huir de la sobreabundancia de estímulos. Aun así, permitidme que analicemos la imagen presente.
La presente fotografía forma parte de un subgénero fotográfico que me atrae porque lo considero difícil de dominar: el retrato de grupo. A diferencia del retrato personal, hay que disponer varios sujetos y todos deben formar parte de algo importante, de manera jerárquica. Hay protagonistas pero no podemos descuidar a los que no lo son. Todos deben cumplir su función.
